La sucesión presidencial de 1940

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.

Durante la presidencia de Lázaro Cárdenas muchos analistas aseguraban que su sucesor sería su secretario de Comunicaciones. El general Francisco Múgica, se decía, era el único capaz de continuar el proyecto cardenista. Hoy sabemos que quienes apostaron por Múgica perdieron estrepitosamente.

En febrero de 1939, la CTM, el brazo sindical del PRM, proclamó tempranamente a Manuel Ávila Camacho como su candidato a la presidencia. Vicente Lombardo Toledano, líder de la CTM, y Ávila Camacho habían tejido buenas relaciones desde antes de que el segundo fuera nombrado secretario de Defensa en 1937 y, por añadidura, entrara a la carrera presidencial. Lombardo afirmó que había que “deshacerse de dos actitudes de extravío igualmente falsas: la extrema derecha y la extrema izquierda”. Los revolucionarios debían poner a la unidad por encima de la división, construir un frente amplio para frenar a los elementos reaccionarios.

En octubre de 1939, el PCM declaró su apoyo a la candidatura de Ávila Camacho. Hernán Laborde, líder de los comunistas, acusó a Múgica de ser el candidato de Trotsky, es decir, de la contrarrevolución. Los comunistas, dijo su líder, no serían responsables de la división de las fuerzas revolucionarias del país, concentradas en el PRM; es decir, no le harían el juego a la reacción.

Ante el fracaso de su incipiente campaña, Múgica publicó una declaración en la que explica las razones de su abandono de la contienda electoral. Múgica termina su despedida del primer plano de la política afirmando que “al retirarme acepto la realidad de que sólo quedarán en la palestra política dos fuerzas con una misma tendencia de ambigua conciliación”.

¿Tenía razón Múgica al equiparar a las dos fuerzas encontradas en la elección de 1940? Como sucede con muchos fenómenos la respuesta es ambigua: sí y no. Sin Múgica en las boletas, la corriente histórica de la izquierda revolucionaria quedaba fuera. Ni Juan Andreu Almazán ni Ávila Camacho pertenecían a esa corriente, cuyo candidato natural era Múgica. En ese sentido, es cierto que las dos opciones en la elección de 1940 eran, por igual, contrarias a la izquierda revolucionaria. Sin embargo, las semejanzas entre ambas fuerzas llegaban hasta ahí. Veamos ahora las diferencias.

Ávila Camacho era el candidato de la gran familia revolucionaria, en la que cabía la mayoría de los gobernadores, senadores y jefes militares, el grueso del alto empresariado mexicano y extranjero, el gobierno de Roosevelt en los Estados Unidos, la CTM de Lombardo Toledano y el Partido Comunista de Hernán Laborde.

Andreu Almazán era el candidato de quienes estaban fuera de esa gran familia revolucionaria y, por ello era, a decir verdad, candidato de oposición. Hay que recordar que el movimiento obrero independiente apoyó a Andreu Almazán: grupos del sindicato de ferrocarrileros, de la CTM depurada, del sindicato de maestros y de la General Motors, vieron en la campaña de Andreu Almazán la posibilidad de liberarse del sindicalismo charro.

Se fundó el PRUM en el que militaron distinguidos ex revolucionarios con Antonio Díaz y Soto y Gama. Andreu Almazán hace una campaña en la que evita enfrentarse de manera personal con el presidente Cárdenas. Se realiza un mitin en la Ciudad de México al que asisten doscientos mil simpatizantes. La elección estuvo repleta de irregularidades: tropas en la calle, robo de urnas, asesinatos, etc. Andreu Almazán tuvo que salir del país. A través del hijo de Roosevelt, Andreu Almazán recibe el mensaje que el gobierno norteamericano no impedirá un levantamiento armado, pero se le niega la oportunidad de comprar armamento en los Estados Unidos.

Poco después, Roosevelt reconoce a Ávila Camacho como presidente y Andreu Almazán entiende que Cárdenas ha pactado con Roosevelt para imponer a Ávila Camacho a cambio de asegurar el apoyo de México a los aliados en la Segunda Guerra Mundial. El primer pacto era que las materias primas de México, principalmente el petróleo, se exportarían a los aliados y no a los países del Eje. El segundo que la mano de obra mexicana apoyaría el esfuerzo económico bélico. El programa de braceros cumplió con ese propósito. El tercero era la instalación de bases navales en la costa oceánica de la Baja California. En este punto, el gobierno de México, por suerte, dio marcha atrás. Para asegurar esa estrategia se nombró al expresidente Cárdenas como Jefe Militar de la Zona del Pacífico.

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