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“Inspira, espira,
Adelante, atrás,
Viviendo, muriendo:
Las flechas, disparadas contra sí,
Se encuentran a mitad del camino y rebanan
el vacío en su vuelo sin objeto.
Así regreso al origen”
Gesshu Soko
En agosto de 2020, Shinzo Abe anunció que dejaría la oficina, por motivos de salud. Con 67 años y en medio de un fuerte tratamiento médico, Abe consideró que no estaba en condiciones de cumplir con las exigencias del puesto y, para no traicionar la confianza depositada en él, prefería retirarse.
Las palabras de despedida de Abe pasaron a la historia como un respetuoso y sonoro eco de la honorabilidad política: “Lo siento desde el fondo de mi corazón por no poder cumplir con mis deberes. No puedo ser primer ministro si no puedo tomar las mejores decisiones para la gente”.
Contraria a la actitud triunfalista que suelen tener los gobernantes populistas, el discurso de Abe fue una larga disculpa por los objetivos que no se lograron; se trató, pues, de una muestra más del talante de la política japonesa —del que podemos aprender tanto—.
Abe se lamentaba por no poder hacer el ajuste al artículo 9 de la Constitución que señala: “Aspirando sinceramente a una paz internacional basada en la justicia y el orden, el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales. Con el objeto de llevar a cabo el deseo expresado en el párrafo precedente, no se mantendrán en lo sucesivo fuerzas de tierra, mar o aire como tampoco otro potencial bélico. El derecho de beligerancia del estado no será reconocido”.
El texto hacía sentido en 1945, tras la bancarrota moral de la Segunda Guerra Mundial.
Pero las nuevas condiciones geopolíticas, la guerra comercial entre Estados Unidos y China y las amenazas nucleares de Corea del Norte, le decían a Shinzo Abe que era necesario hacer una reinterpretación que protegiera la seguridad de los japoneses.
Japón solamente ha tenido dos Constituciones en su historia: la de 1889 y la de 1945. Y ninguna de las dos había sido modificada. Abe podría haber logrado la reforma, pero no quiso que en el parlamento fuera aprobada por mayoría, sino por unanimidad, dado lo sensible y delicado del tema.
Shinzo Abe murió a destiempo. Su asesinato le quita al mundo a un estadista con un talante político sin igual. Su liderazgo es opuesto a lo que vemos hoy día: nada de autoelogios, triunfalismos, mayoriteos ni traiciones a la democracia.
Tampoco cinismos, descalificaciones ni mentiras incompatibles con los valores de la democracia. Abe honró la tradición de su país honrando la Constitución, las leyes y el respeto a los ciudadanos.
El estilo de Shinzo Abe es el lado opuesto del modelo de los gobernantes populistas. Y así, cada uno encontrará su lugar en la historia.