El cardenal José Tolentino de Mendoça fue nombrado por el Papa Francisco, el 26 de septiembre de 2022, prefecto del recientemente creado Dicasterio de Educación y Cultura del Vaticano (esta nueva dependencia reúne las funciones de lo que fueron la Congregación para la Educación Católica y el Pontificio Consejo de Cultura).
El cardenal Tolentino es portugués, nació en la isla de Madeira en 1965 y vivió durante su infancia en Angola. Se le considera uno de los intelectuales católicos más destacados de la actualidad. Entre sus numerosas obras de teología, ensayo, poesía y literatura dramática, su libro Pequeña teología de la lentitud (Fragmenta Editorial, 2017) ha sido muy bien recibido por los lectores. La obra es breve, se lee en un ratito, pero es muy rica en reflexiones sobre el sentido y el valor de la vida humana, sobre todo en estos tiempos de ficción, aceleración y vacío.
El libro de Tolentino nos habla de las artes vitales que hemos perdido o que estamos en vías de perder: el de la lentitud, el de aceptar lo inacabado, el de la gratitud, el del perdón, el de la espera, el del cuidado, el de habitar en el mundo, el de saber contemplar la vida, el de perseverancia, el de la compasión, el de la alegría sencilla, el de no envidiar al prójimo, y el de morir en paz. Tolentino también pudo haber llamado “virtudes” a lo que le llamó “artes”. Un arte es una capacidad desarrollada para realizar algo, pero una virtud es el arte de efectuar algo significativo y valioso. Las virtudes que nos describe Tolentino son, si quiere, pequeñas virtudes, comparadas con las tres virtudes teologales, como la fe, la esperanza y la caridad, o las cuatro virtudes cardinales, como la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza; no obstante, son formas de vida que hemos de reproducir para que nuestra existencia tenga mayor valor y significado.
Uno de los méritos del amable libro de Tolentino es que está pensado para el ser humano actual y para sus problemas específicos. Una de las grandes paradojas del mundo contemporáneo es que el enorme progreso científico, tecnológico, material, no nos ha acercado más a la sabiduría, sino que nos ha alejado de ella. Buscamos la felicidad donde no vamos a encontrarla. Andamos perdidos, engañados, enajenados. Hemos construido fabulosos ídolos de plástico y aluminio a los que entregamos nuestra vida entera: la eficiencia, la diversión, el egoísmo, la ambición. El cardenal Tolentino nos invita a liberarnos de la esclavitud contemporánea para recordar que la vida puede ser más sencilla, más humilde, más lenta. Aunque no lo afirme de manera explícita en este opúsculo, podemos suponer que lo que Tolentino nos diría es que, en ese espacio abierto, libre de ídolos, despejado de distracciones, podremos encontrar al único Dios verdadero.