Tal vez el ingrediente esencial en la fundación de nuestra identidad sea la memoria.
No somos un conjunto de procesos independientes en momentos sucesivos: cada momento de nuestra existencia conecta con el pasado gracias al bordado de la memoria, cuya dinámica une lo más distante con lo más reciente. Abundan, en nuestro presente, las huellas del pasado. Una forma de decir esto es que somos la narrativa de nosotros mismos. Yo no soy esta pasajera masa de carne que acaba de escribir “esta pasajera masa de carne”. Soy los pensamientos que dejan huellas velozmente rastreadas e interpretadas, soy (en gran medida) mi infancia, soy las capas que han dejado mis lecturas, soy mis errores, mis amores, el mosaico de mis acciones.
La memoria une, borda, suelda los procesos desperdigados en el tiempo, procesos de los que estamos hechos. Es por ello que existimos en el tiempo y que podemos identificar a la persona que fuimos hace una década, o cinco minutos, con la que somos en este velocísimo presente. Nuestro cerebro, en gran medida, es el mecanismo que reúne y organiza la información del pasado para usarla continuamente y predecir el futuro. ¿Predecir el futuro? Sí, a través de un amplio espectro de escalas temporales, desde las más breves, como nuestro cálculo para atrapar una pelota en el futuro inmediato, hasta otras más largas, como nuestro cálculo para cosechar lo sembrado en un futuro mediato. Ya que la posibilidad de predecir algo en el futuro obviamente mejora nuestro mecanismo de supervivencia, la evolución ha seleccionado las estructuras neuronales que lo permiten. Para nuestra estructura mental, esta conciencia entre sucesos pasados y futuros es crucial: es lo que percibimos como el flujo del tiempo.
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El movimiento lo percibimos intuitivamente como tal, no como un objeto que aparece en un lugar, desaparece y vuelve a aparecer en otro lugar. La extensión en el tiempo se condensa en nuestra mente como percepción de la duración. San Agustín hizo famosa dicha intuición al preguntarse cómo podemos ser conscientes de la duración si estamos siempre en el presente, que es por definición instantáneo. Me parece una gran duda. Así se la formuló el de Hipona: “Es dentro de mi mente, entonces, que mido el tiempo. No debo permitir a mi mente que insista en que el tiempo es objetivo. Cuando mido el tiempo, estoy midiendo algo en el presente de mi mente. Esto, o es el tiempo, o no tengo idea de qué es”.
Otra manera de exponer este problema es a través de nuestra experiencia de la música, la cual puede ocurrir solamente en el tiempo. Pero, si estamos siempre en el momento presente, ¿cómo es posible experimentarla? Es posible porque nuestra conciencia está basada en la memoria y, gracias a ésta, en la anticipación. ¿Qué sostiene a una canción en nuestra mente, no como notas dispersas sino como unidad? El tiempo, que habita en el presente de nuestra mente como memoria y anticipación. Es, como decíamos, una intuición, o para citar al santo por última vez: “El tiempo, si me preguntan qué es, no lo sé, pero si no me lo preguntan, lo sé”.