Arturo Vieyra

Crecer por crecer

BRÚJULA ECONÓMICA

Arturo Vieyra*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Arturo Vieyra
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Cuando hablamos de crecimiento nos referimos a una de las principales variables del entorno económico que más afectan la situación y el desempeño de todos los agentes que participan en la producción, distribución y comercialización de los bienes y servicios en la sociedad y, por tanto, el nivel de bienestar de toda la población.

Desafortunadamente, el crecimiento económico per se no garantiza necesariamente mayor bienestar para toda la población, en la mayor parte de los casos, muestra asimetrías que para el caso de México han sido notorias y en ocasiones alarmantes.

Es claro como el modelo de crecimiento aplicado en nuestro país desde mediados de la década de los ochenta (comienza con la apertura comercial y la entrada de México al GATT) conocido como “neoliberalismo” generó un impulso que, finalmente, logró convertir a nuestro país en una potencia exportadora de manufacturas, pero con grandes adeudos en materia social.

En términos de crecimiento, la economía mexicana fue una de las que más lento dinamismo mostró en el mundo, apenas consolidando un avance promedio del PIB de 2.3 por ciento anual en el periodo 1985-2018. Este déficit en el avance de la economía generó rezagos sociales en materia de educación y salud, al mismo tiempo que no fue suficiente para abatir la pobreza, promoviendo incluso una alta informalidad en el mercado de trabajo.

Otro aspecto clave que se desprende del anterior modelo de crecimiento es la muy acentuada asimetría regional con la coexistencia de un norte rico, próspero y productivo y un sur pobre, rezagado socialmente y con bajos niveles de productividad.

En el discurso de la nueva administración, la estrategia estribaba en abatir al menos parte de los desequilibrios e inequidades que el anterior modelo de crecimiento no pudo corregir, e incluso, en algunos casos promovió.

Desafortunadamente, el advenimiento de la pandemia y la consecuente crisis económica –la más violenta en el último siglo– nublaron la posible eficiencia del nuevo proyecto. Así, después de la tremenda caída de la producción en el 2020 y la decisión de promover la salida a la crisis con recursos que no implicaran un mayor endeudamiento público —con el objeto de promover la sustentabilidad fiscal—, el crecimiento económico durante este sexenio será muy pobre, según estimaciones propias apenas alcanzará una tasa promedio anual cercana a 1 por ciento.

No obstante, a pesar de los insuficientes resultados en materia de crecimiento durante esta administración, atendiendo exclusivamente a los datos de avance de la producción estatal, es posible ver algunos resultados positivos de nueva estrategia.

Los esfuerzos en materia de ayuda social, mayor inversión pública y promoción de la inversión privada, han logrado en el sur del país (la península de Yucatán, Guerrero, Chiapas, Oaxaca y Tabasco), un crecimiento mayor al de la producción nacional (en lo que va del sexenio, el PIB nacional no ha crecido en tanto que el sur avanzó 2 por ciento promedio anual) revirtiendo la tendencia hacia el estancamiento vista en décadas anteriores (v.g. en el periodo 2010-2018 el PIB nacional creció a una tasa promedio anual de 2.67 por ciento y la región sur decreció 0.36 por ciento). Sin duda esta nueva dinámica, aunque no es la óptima, coadyuva a paliar la enorme desigualdad regional que hay en México.

Necesitamos propuestas para continuar un cambio en ese camino. Una estrategia de crecimiento que supere las deficiencias del modelo anterior. Recordando la frase de Edward Abbey: “Crecer para sólo tener crecimiento es la ideología de una célula cancerosa”.