Extorsión nuclear de Putin

ANTROPOCENO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Antes de iniciar la guerra, Joe Biden le aclaró a Vladimir Putin que Estados Unidos no enviaría soldados al frente de batalla, en caso de que invadiera Ucrania. Muchos piensan que fue un error. Si no hay riesgo de escalamiento militar —debió calcular Putin—, pagaremos por Ucrania en abonos. Es decir, creyó que Rusia enfrentaría un costo material inmediato, por las sanciones económicas, pero que sería una buena decisión a largo plazo contar con una zona de amortiguamiento, además del control de un gobierno títere.

Error de Biden o no, Occidente trató de enmendar. El expresidente francés François Hollande promovió la idea de que Putin sólo entiende de correlaciones de fuerzas, el lenguaje de la dominación y la humillación. La Unión Europea formó con rapidez una contraofensiva: envío de armas a Kiev, acogida formal y generosa de desplazados de guerra, aparte de las durísimas sanciones económicas.

Otros aducen como pecado de Estados Unidos su fiebre de negocios en suelo ucraniano. Dicen que debió haber prudencia al tratarse del área de influencia de una potencia nuclear. Tal vez los expertos en geopolítica tengan razón, pero el Pueblo de ese país, hoy invadido, no obedece a profesores de geopolítica. Fueron seducidos por las libertades occidentales, tanto en el sentido solemne como banal del término, es decir, conquistados por la prensa libre (o, al menos, diversa), por McDonalds, por auténticas elecciones y por Netflix.

Se ha mencionado hasta el cansancio la semejanza con la crisis de los misiles de 1962, pero en realidad la comparación es con Cuba misma, como desafío de un pueblo a una superpotencia. Más allá de la apuesta ganada por John F. Kennedy tras su ultimátum, la isla caribeña sobrevivió como régimen comunista a las puertas de Estados Unidos. De manera similar, Ucrania quiere ser soberana. Su leitmotiv es, en los hechos, el mismo: “Patria o muerte”. Y es el nuestro: “un soldado en cada hijo te dio”.

Y la fiebre patriótica del pueblo ucraniano está arrastrando a la sociedad europea en su conjunto. Quienes afirman con frialdad que los ucranianos debieron aceptar su destino como pueblo sometido, y no ponernos en riesgo a todos, ignoran que hay elementos para pensar que Putin no se detendrá en Ucrania. Antes había decidido entrar en una guerra contra Occidente, para salvarle el pellejo al dictador sirio Bashar al-Assad. Y ha apoyado a muchos tiranos.

La peligrosidad del régimen de Putin viene de su naturaleza autoritaria, oligárquica, subdesarrollada y nuclear. A los rusos les alcanza para darse unos poquísimos yates y autos de lujo, pero no para garantizar derechos sociales (como sí los hay en la Unión Europea). Por ello, Putin explora la vieja vía imperialista. Ésta supone negar el derecho internacional y la soberanía de los pueblos, en nombre de la geopolítica y apoyado sólo en la amenaza nuclear. Ni en Rusia creen que pueda funcionar. En un mundo globalizado, el aislamiento financiero puede ser mortífero; y el chantaje nuclear deja de funcionar cuando se le emplea como extorsión, no disuasión.