Carlos Olivares Baró

Alejandra Pizarnik y Gómez Jattin

LAS CLAVES

Carlos Olivares Baró
Carlos Olivares Baró
Por:

Estos días. Estas horas. Estas estaciones donde “A veces creo que no tengo una forma de estar / que pienso en lo difícil de hacerme un sitio mínimo ahí” (Jorge Humberto Chávez), de no saber si alcanzaré un reflejo oblicuo del sol moribundo de este agosto. Se despeñan cascadas interiores, trotan caballos por la rasa de mi pecho cuarteado. Estoy ebrio, desciendo a un barranco de espumas en vaivenes vagabundos. Las rosas mueren a pesar de las lisonjas del aguacero. No hay olvido en estas jornadas: ¿cómo anular la memoria? Ayer mismo la luz llegó como un augurio: tomó mi cuerpo en ofrenda: hoy, sólo veo las cicatrices, escucho los latidos del pájaro agonizante que ancló en las tinieblas que me acosa.

Un amanecer yo estaba muriéndome de afán: yo estaba mirando los animales atrapados en las nubes, me pinté un lunar con carbón desteñido y creí haber pisoteado la sombra; pero, no: todo seguía expirando, todo se añadía al tartajeo recóndito de la angustia. Todo era como un adagio. Me salvé esa vez por un poema de Alejandra Pizarnik y un grito arrollador de Raúl Gómez Jattín que venía del Valle del Sinú. La estrofa de Alejandra hablaba de un encuentro: “Alguien entra en el silencio y me abandona. / Ahora la soledad no está sola. / Tú hablas como la noche. / Te anuncias como la sed”. El aullido de Raúl también detallaba un encuentro, un deslumbramiento por el deseo: “Instantáneo relámpago / tu aparición. /Te asomas súbitamente / en un vértigo de fuego y música / por donde desapareces // Deslumbras mis ojos / y quedas en el aire”.

Una tarde predije el dolor y llegó el aguacero. Intenté dialogar con Dios: fue imposible. Busqué refugio en todas las canciones tristes del mundo: ninguno de los compases deletrearon los ahíncos. Otra vez, un poema de Alejandra me limpió los párpados. De nuevo, Raúl me cedió un conjuro. “He desplegado mi orfandad / sobre la mesa, como un mapa. / Dibuje itinerario hacia mi lugar al viento. / Los que llegan no me encuentran. / Los que espero no existen. // Y he bebido licores furiosos / para transmutar los rostros / en un ángel, en vasos vacíos”, pronunció Alejandra. “Los habitantes de mi aldea / dicen que soy un hombre / despreciable y peligroso / Y no andan muy equivocados // Despreciable y Peligroso /Eso ha hecho de mí la poesía y el amor // Señores habitantes /Tranquilos / que sólo a mí / suelo hacer daño”, manifestó Raúl.

Una noche el insomnio llegó intempestivo y punzante: se posó a mi lado para contarme un cuento de caballitos de mar con jinetes afligidos que moran el fondo de los océanos y de estrellas dolientes que no soportan el candil de la luna. Me puse a llorar. El trasnoche me ahogaba, la vigilia se inflamaba en total desnudez. Y acudió Alejandra: “De aquí partió en la negra noche / y su cuerpo hubo de morar en este cuarto / en donde sollozos, pasos peligrosos / de quien no viene, pero hay su presencia / amarrada a este lecho en donde sollozos /porque un rostro llama, / engarzado en lo oscuro, / piedra preciosa”. Y venía Raúl sobre un potro cantando esta pequeña elegía: “Ya para qué seguir siendo árbol / si el verano de dos años / me arrancó las hojas y las flores / Ya para qué seguir siendo árbol / si el viento no canta en mi follaje / si mis pájaros migraron a otros lugares / Ya para qué seguir siendo árbol / sin habitantes / a no ser esos ahorcados que penden / de mis ramas / como frutas podridas en otoño”.

Flora Alejandra Pizarnik (Avellaneda, Buenos Aires, 29 de abril, 1936-Buenos Aires, 25 de septiembre, 1972). Raúl Gómez Jattín (Cartagena, 31 de mayo, 1945-Cartagena, 23 de mayo, 1997): dos suicidas. Ella masticó cincuenta pastillas de Seconal un fin de semana en la estadía del permiso que le concedió el hospital psiquiátrico de Buenos Aires donde estaba internada; él, sumido en la indigencia fue atropellado mientras toreaba a un autobús en la avenida principal de la ciudad que lo vio nacer. “No quiero ir / nada más / hasta el fondo”, escribió Alejandra en la luna del espejo de la habitación en que se suicidó. Raúl le escribió una carta de despedida al poeta Álvaro Mutis: “Álvaro Yo también tengo un río de enfermedad /y muerte / en mi geografía y en mi soledad Álvaro Mutis/ ¿No es verdad que es necesario desbocar esas aguas / podridas para que se oreen la vida y la poesía?/ ¿Que es necesario verle los ojos a la muerte /para aprender a morir a solas? / [...] /Tú que vives en el ‘pozo cegado’ del exilio sabes / que un hombre no entrega su amistad sino / por una necesidad inexorable Aquí va entera / para que la guardes como un pañuelo / que acabas de consolar unas lágrimas”.

Poesía completa
  • Autor: Alejandra Pizarnik
  • Editorial: Lumen
Poesía completa
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Amanecer en el Valle del Sinú
  • Autor: Raúl Gómez Jattín
  • Género: Poesía
  • Editorial: FCE
Amanecer en el Valle del Sinú
Amanecer en el Valle del SinúFoto: Especial