Benedicto XVI, el Atrio de los Gentiles y la cultura mexicana

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Uno de los proyectos culturales más importantes del papado de Benedicto XVI fue el Atrio de los gentiles. Inspirándose en el atrio del Templo de Jerusalén, en donde se recibía a los miembros de otros credos que querían dialogar con los judíos, Benedicto XVI propuso en 2009 que la Iglesia Católica organizara espacios de diálogo y reflexión con pensadores ateos y agnósticos. El Papa encargó al Dicasterio de Cultura del Vaticano, encabezado en aquel entonces por el Cardenal Gianfranco Ravasi, para que llevara a cabo ese proyecto.

Si bien el ecumenismo, es decir, el diálogo entre las diversas iglesias cristianas, había sido impulsado a partir del Concilio Vaticano II, el diálogo entre los creyentes y los no creyentes no había sido contemplado como uno de los grandes retos de la Iglesia. Desde una perspectiva europea, Benedicto XVI se dio cuenta que el mayor desafío del Vaticano ya no era buscar un encuentro constructivo con los protestantes o los ortodoxos, sino con los ateos o agnósticos, que son mayoría en varios de los países de ese continente. Como fruto de aquel proyecto pontificio se realizaron en Europa numerosos diálogos y encuentros.

Aunque en México, a diferencia de Europa, los católicos todavía son mayoría, eso no es el caso dentro del campo de la cultura, en donde los intelectuales ateos y agnósticos son los más visibles e influyentes. Por desgracia, aquellos intelectuales con frecuencia le dan la espalda a los intelectuales abiertamente católicos. De esa manera, se ha levantado un alto muro de silencio entre ambos grupos que no puede resultar benéfico para nuestra cultura.

Ante este escenario deprimente, un grupo de amigos mexicanos coincidimos en que un diálogo entre intelectuales creyentes y no creyentes, como el que se había organizado en Europa en torno al Atrio de los Gentiles, resultaba indispensable para transitar hacia una nueva etapa de nuestra cultura. Esta fue la motivación para organizar en febrero de 2012 una versión mexicana del Atrio de los gentiles. Un Atrio mexicano no podía calcar las formas y los temas de los encuentros que se habían realizado en países europeos. Por ello, considerando el divorcio entre los creyentes y los no creyentes mexicanos dentro del campo de la cultura, se quiso partir de una reflexión sobre las condiciones requeridas para un diálogo constructivo entre ellos. En el encuentro participaron los filósofos Enrique G. de la G., Luis Xavier López Farjeat y Gustavo Ortiz Millán, el escritor Ricardo Cayuela, el clérigo español Melchor Sánchez de Toca y quien esto escribe. Fue muy significativo que la convocatoria de ese Atrio partiese de dos instituciones con irrefutables credenciales laicas: la UNAM y Letras Libres. Con esto queríamos dar el ejemplo de cómo participar en un diálogo de este tipo no debía verse como una traición a las ideas propias o como una muestra de debilidad de quienes lo convocan. El Atrio no era una estratagema para refutar o convencer al otro, sino una plataforma cívica para que los creyentes y los no creyentes alcanzaran un nuevo entendimiento.

Los textos leídos en aquel encuentro histórico han sido recogidos por Enrique G. de la G. en el libro Atrio de los gentiles. Un diálogo ente creyentes y no creyentes, publicado por la Editorial Nun, en 2022. La página web de Nun es: editorialnun.com.mx.

La cultura mexicana siempre ha sido suficientemente ancha y plural para que en ella quepan diferentes concepciones del mundo y de la vida. Sin embargo, es deseable que entre los distintos aposentos de nuestra cultura haya más puertas que dejen nuevos aires y permitan los tránsitos de ida y vuelta. El desarrollo de nuestra democracia requiere que dialoguemos acerca de cuáles son las concepciones del bien y la justicia que han de servir de inspiración al proceso de regeneración social. Si pudiéramos ponernos de acuerdo acerca de ello sería excelente; pero si por lo menos lográramos hacer explícitas nuestras diferencias y entendiéramos mejor las razones de los otros, también tendríamos que estar satisfechos. No debemos seguir encerrados en nuestros dogmas. Mientras sigamos rezumando nuestros prejuicios, sin abrirnos a un diálogo sincero con quienes no comparten nuestras creencias, la democracia mexicana seguirá siendo un asunto banal y deprimente.