Guillermo Hurtado

¿Sabe el pueblo lo que le conviene?

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Se habla mucho de la crisis de la democracia en Occidente, pero lo que casi siempre se lee o se escucha en los medios de comunicación no es sino la repetición tediosa de los mismos tópicos, cada vez más gastados.

Consideremos la aseveración: “El pueblo sabe lo que le conviene”. Si se adopta la definición de la democracia de Abraham Lincoln como “el gobierno del pueblo, por el pueblo para el pueblo”, es evidente que ayudaría mucho que se aceptara, además, la tesis de que el pueblo sabe lo que le conviene, ¿no le parece? 

¿Qué decir sobre aquella tesis? ¿Es verdadera? Puedo imaginar el rostro de rechazo de algún especialista en estos temas al escuchar aquella proposición. ¡Pamplinas!— nos diría.  

La primera objeción que se plantearía es que el pueblo no sabe nada porque quienes saben algo son los individuos y nada más. Dicho de otra manera, no existen los sujetos epistémicos colectivos, sólo los sujetos epistémicos individuales. La segunda objeción es que, aunque el pueblo supiera algo —lo que ya es mucho conceder— rara vez, muy rara vez, sabe lo que más le conviene. Para ello hay que buscar por otro lado. No es el pueblo quien sabe lo que le conviene, quien lo sabe, con suerte, es un grupo pequeño de personas con la inteligencia, el talento, la experiencia y la formación adecuados. 

Cuando el pueblo toma una decisión electoral que se aleja de lo que piensan las minorías ilustradas, éstas se preocupan de que el pueblo sufra las consecuencias de su mala elección, y, además, se sienten decepcionadas, incluso indignadas, de que el pueblo ingrato no haya querido aceptar su recomendación

Cuando llegamos a este punto, es evidente que nos comenzamos a alejar de la definición de democracia de Lincoln. Si el pueblo no sabe lo que le conviene, entonces la democracia es un sistema político condenado al desastre. Un régimen más o menos democrático que pretenda ser mínimamente exitoso deberá construir sofisticados mecanismos institucionales para asegurar que quienes tomen las decisiones más importantes sean quienes saben lo que conviene al pueblo: las minorías ilustradas. Para ello, se debe asegurar que el pueblo delegue permanente en esas minorías la toma de las decisiones cruciales del gobierno como, por ejemplo, las jurídicas, las económicas o las de política exterior.  

Puestas así las cosas, las democracias se dividen en dos tipos: aquellas en donde las minorías ilustradas toman las buenas decisiones que convienen al pueblo y aquellas otras en donde el pueblo —o, acaso mejor dicho, el populacho— toma las malas decisiones que no le convienen a nadie, sin escuchar a las minorías que sí saben lo que se debe hacer.  

Asistentes al AMLOFest, en el Centro Histórico de la CDMX.
Asistentes al AMLOFest, en el Centro Histórico de la CDMX.Foto: Cuartoscuro

¿De dónde viene la certeza de las minorías ilustradas de que son ellas quienes saben lo que le conviene a las mayorías? ¿Por qué se sorprenden cuando las mayorías no piensan de la misma manera que ellas?  

Por ejemplo, cuando las minorías ilustradas ofrecen argumentos, datos, estadísticas y hondas reflexiones morales, históricas y filosóficas en contra de un candidato a la presidencia y, sin embargo, ese candidato gana la elección, esas minorías se sienten traicionadas por el pueblo que, según ellas, las debió haber escuchado con más atención. Y es que las minorías ilustradas están convencidas, absolutamente convencidas, de que no sólo velan por el bienestar de las mayorías, sino de que, además, de que lo que piensan es lo que más le conviene a las mayorías. Cuando el pueblo toma una decisión electoral que se aleja de lo que piensan las minorías ilustradas, éstas se preocupan de que el pueblo sufra las consecuencias de su mala elección, y, además, se sienten decepcionadas, incluso indignadas, de que el pueblo ingrato no haya querido aceptar su recomendación.  

Las democracias se dividen en dos tipos: aquellas en donde las minorías ilustradas toman las buenas decisiones que convienen al pueblo y aquellas otras en donde el pueblo —o, acaso mejor dicho, el populacho— toma las malas decisiones que no le convienen a nadie, sin escuchar a las minorías que sí saben lo que se debe hacer

Sin embargo, cuando vemos las cosas a la distancia, cuando tomamos en cuenta lo que Hegel llamaba la “astucia de la razón”, deja de quedarnos tan claro que lo que piensan las minorías ilustradas siempre sea lo que más le conviene al pueblo.  

El pueblo se equivoca. Lo sabemos. Pero las minorías ilustradas también se equivocan: se han equivocado a todo lo largo de la historia humana. Sucede que no siempre alcanzan a ver, a pesar de toda su ciencia, su sabiduría y su prudencia, lo que es mejor para todos. El devenir de los pueblos y de la humanidad en su conjunto no se resuelve como quien suma dos más dos. Si todo fuera tan sencillo, la historia del mundo hubiera sido muy distinta y, quizá —preste usted atención, estimado lector— no hubiera sido necesariamente mejor.