Racionalidad, democracia liberal y economía de mercado

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Cuando era joven, arrogante y neoliberal –hablo de los lejanos años ochenta del siglo anterior– creía firmemente en la tesis sobre la racionalidad humana, que afirma que las personas normalmente eligen lo mejor para ellas mismas, lo que más les conviene.

Esta tesis pretendía tener un carácter científico, no filosófico; es decir, se apoyaba en investigación empírica sobre la manera en la que las personas piensan y actúan en el mundo real. La tesis se ofrecía como el fundamento de un proyecto político a nivel global: la transición en todos los países a un modelo de economía de mercado con democracia representativa liberal. La caída del bloque soviético fue vista como una comprobación de la relación entre la tesis sobre la decisión racional y la adopción de ese modelo político-económico. Los países de Europa del Este repudiaron el comunismo y abrazaron con un entusiasmo conmovedor la economía de mercado y la democracia representativa liberal. 

En México, el salinismo tomaba la misma ruta, aunque de otra manera. Salinas de Gortari afirmaba con astucia que en México había que avanzar primero en la liberalización económica para luego pasar a la liberalización política. No le faltaba razón. Si se permitían elecciones libres, era probable que ganara un partido político contrario a la liberalización económica. Desde la perspectiva salinista, México tenía que disfrutar primero de los beneficios de la liberalización económica para luego poder votar, con plena convicción y, sobre todo, con razones sólidas, por un partido que apuntalara la economía de mercado. El salinismo no confiaba en las masas populares. Creía que la élite educada en Harvard o Yale tenía que llevarla por el buen camino hasta que pudiera entender, por su cuenta y riesgo, lo que mejor le convenía.

La alternancia democrática del año 2000 pareció darle la razón al gran proyecto salinista. México tuvo elecciones libres y votó con sensatez por un candidato defensor del libre mercado. Todo parecía ir de maravilla. México sería una democracia liberal que, además, gozaría de los beneficios del libre mercado que, por si fuera poco, estaba apuntalado por el Tratado de Libre Comercio y la autonomía del Banco de México. El futuro político de México consistía en que los tres partidos principales se fueran rotando el poder, haciendo ligeras variaciones sin apartarse demasiado del centro gravitacional del sistema político, que consistía, precisamente, en la defensa a ultranza de la democracia representativa liberal y de la economía de mercado.

¡Cómo han cambiado las cosas! Ya nadie cree en la tesis de que la mayoría de las personas normalmente eligen lo que resulta mejor para ellas mismas. La economía de mercado y la democracia representativa liberal han perdido ese ambicioso fundamento. Quienes las siguen defendiendo con fervor, parecen querer aferrarse a un viejo dogma, por miedo a un presente que les resulta incomprensible.