Guillermo Hurtado

La violencia de la independencia

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En su artículo de 1952, “Hidalgo: violencia y libertad”, Luis Villoro abordó el tema de la violencia del movimiento de 1810 desde una perspectiva filosófica. Una de las preguntas que se planteó fue la de ¿podemos suponer que Hidalgo se retractó antes de morir? Para dar respuesta a esta interrogante, Villoro trazó una distinción entre el pesar, el arrepentimiento y el remordimiento.

Según Villoro, el pesar es hijo del fracaso. Lo que nos pesa es haber fallado cuando buscamos realizar algún fin.  El pesar no es, desde este punto de vista, un sentimiento moral. En el arrepentimiento, en cambio, sí hay un juicio moral, explícito o implícito. El problema no está en los medios elegidos, sino en el fin deseado, que era moralmente malo. Por ello, uno puede arrepentirse de algo en lo que fue exitoso. El remordimiento consiste en otra cosa. Lo que nos genera el remordimiento no es el juicio moral de que el fin era malo, sino que las consecuencias de la acción resultaron ser moralmente malas.  

En el remordimiento de Hidalgo, dice Villoro, se deja ver un dilema presente en el siglo XIX mexicano: ¿libertad con violencia u orden sin libertad? Villoro no intenta resolver el dilema en su ensayo. Yo tampoco pretendo hacerlo aquí, pero quisiera pensar de otra manera el rol de la violencia en el movimiento hidalguista

Villoro afirma que no es correcto sostener que Hidalgo se haya arrepentido de haber encabezado la guerra de independencia. Aunque él era consciente de los males causados por su movimiento, sigue pensando, hasta el último momento, que el fin de su empresa era bueno, que la independencia convenía al reino y que era lo justo. Lo que padeció Hidalgo en sus postreros días fue remordimiento. La violencia desatada no había cumplido con su fin: la independencia. Años después, Edmundo O’Gorman afirmaría que la revolución de Hidalgo hirió de muerte al régimen colonial. Era cuestión de tiempo para que se derrumbara el edificio. A la distancia, la violencia del movimiento quedaría justificada porque el fin se alcanzó, aunque no lo hubiera presenciado Hidalgo. Sin embargo, Villoro considera que, en su celda de Chihuahua, a Hidalgo no le importaba lo que pasara después de su muerte. El juicio por sus actos ante el Creador no dependía del futuro, sino de lo que él había hecho durante su vida.  

Mural conmemorativo del fusilamiento de Hidalgo, en Chihuahua.
Mural conmemorativo del fusilamiento de Hidalgo, en Chihuahua.Foto: Especial

En el remordimiento de Hidalgo, dice Villoro, se deja ver un dilema presente en el siglo XIX mexicano: ¿libertad con violencia u orden sin libertad? Villoro no intenta resolver el dilema en su ensayo. Yo tampoco pretendo hacerlo aquí, pero quisiera pensar de otra manera el rol de la violencia en el movimiento hidalguista.  

Hidalgo no debió haber sentido remordimiento por no haber sido capaz de lograr la independencia, porque lo que él logró fue algo más grande que la construcción de un nuevo orden, de una nueva legalidad, lo que él logró fue precipitar el nacimiento de una nación dueña de sí, y, para ello, era indispensable desatar esa violencia expiatoria

Digamos que hay una libertad negativa, que destruye el orden establecido, y una libertad positiva, que construye un orden nuevo. Según Villoro, el movimiento de Hidalgo se quedó estancado en la primera, sin pasar a la segunda. Esta opinión parece coincidir con la de Lucas Alamán. No obstante, hay que recordar, según afirma el propio Villoro en su ensayo, que la relación entre la violencia y la ley ya había sido trastornada por los golpistas peninsulares en 1809. El orden vigente era fruto de la violencia y, por ello, para fundar un nuevo orden era preciso contrarrestar esa violencia para constituir un régimen que fuese un fruto de la libertad. En 1810 Hidalgo rompió las cadenas del pueblo de México y desató la violencia. Pero como el mismo Villoro observa, esa violencia no tuvo como única finalidad la independencia planeada. Eso fue lo que descubrió con horror la élite criolla. Esa élite quería utilizar el mínimo de violencia para alcanzar su fin. Quería una independencia que dejara todo intacto, como la de Iturbide en 1821.  

En Para una crítica de la violencia, Walter Benjamin postuló un modo de la violencia desligada de la lógica de medios y fines, una violencia que es manifestación de la existencia de aquel que la efectúa y que Benjamin llamó violencia divina. Vista así, la violencia de la revolución de Hidalgo no fue únicamente un medio cuyo fin fuera la independencia, sino la manifestación de un pueblo oprimido que descubrió su libertad en acto. Por ello, Hidalgo no debió haber sentido remordimiento por no haber sido capaz de lograr la independencia, porque lo que él logró fue algo más grande que la construcción de un nuevo orden, de una nueva legalidad, lo que él logró fue precipitar el nacimiento de una nación dueña de sí, y, para ello, era indispensable desatar esa violencia expiatoria. Sin ella, ningún orden nuevo que luego se hubiera pretendido implantar hubiese sido legítimo.