Julio Trujillo

El gran lío del amor

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En 1916, D. H. Lawrence y su esposa Frieda pasaron una temporada en Cornwall, en el bellísimo pueblo de Zennor, temporada que ambos hubieran querido que fuera más larga (apenas un año) pero que tuvo que ser abreviada porque los lugareños sospechaban que el matrimonio estaba espiando para los nazis, y los echaron de su cabaña, de Zennor y de Cornwall. No ayudó que Lawrence interpretara constantemente canciones alemanas, ni que Frieda von Richthofen fuera hija del temido y odiado Barón Rojo, ni más ni menos. La estancia y su abrupto final ha sido ampliamente documentada y hoy se peregrina a la cabaña (yo lo he hecho) en la que fue escrita la que quizá es la mejor novela de Lawrence: Mujeres enamoradas.

Menos se ha comentado que la pareja llegó a Cornwall (Zennor, para Lawrence, era el lugar más bello del mundo) después de una estancia en una comuna en la que se promulgaba el amor libre, y que quisieron importar esas ideas, sin demasiado éxito, en la comunidad de Cornwall. Frieda era la promotora principal, y sabemos que esa pulsión sería reflejada en los libros de su esposo, particularmente en el celebérrimo El amante de Lady Chatterley. Pero Lawrence también escribía poesía, mucha, mala y buena, y a veces muy buena, y la producción lírica en Cornwall también se vio influida por la creencia, de ambos, de que la monogamia, el compromiso cerrado con una única pareja, era el principio de la muerte del amor.

Uno de los poemas escrito por Lawrence en esas circunstancias es muy conocido y se titula “The Mess of Love”. Podríamos traducirlo como “el desastre del amor”, incluso como “el desmadre del amor”, pero podemos bajarle dos rayitas al drama y verterlo al español como “El lío del amor”. En la apertura del poema se establece, sin lugar a dudas, su dirección y postura: “Hemos hecho un gran lío con el amor / desde que hicimos un ideal de ello”. Y de inmediato, con honestidad brutal: “Desde el momento en que juro amar a una mujer, a determinada mujer, toda mi vida, / en ese momento comienzo a odiarla”. A la mitad del poema, Lawrence incluso ofrece una fórmula para explicarse: “El amor es como una flor, debe florecer y apagarse, / si no se apaga no es una flor, / sino un trapo artificial o una siempreviva para el cementerio”. El poeta prepara el cierre de su composición, dice que en el momento en que la mente interfiere con el amor, o la voluntad se fija en él, o la personalidad lo asume como atributo, o el ego toma posesión de él, “ya no es amor, es sólo un lío”. Y cierra: “Y hemos hecho un gran lío con el amor, / pervertido por la mente, pervertido por la voluntad / pervertido por el ego”.

Frieda fue su maestra de amor libre y abierto, predicando con el ejemplo y acostándose con otros hombres en cuanto se casó con David Herbert Lawrence. Él, más que en su propia vida, volcó su ideología en sus libros y poemas, siempre con una temperatura erótica característica de su obra. Así evitaron ambos, estemos de acuerdo o no, “el gran lío del amor”.