Julio Trujillo

Hora de junio

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Han pasado abril, el mes más cruel según un poeta muy pálido, y mayo, el mes de apogeo primaveral, para dar paso a junio, antesala e inicio del verano y ya de calentura sostenida. Es la hora de Carlos Pellicer. Publicado a los cuarenta años del poeta tabasqueño, Hora de junio abre con estas dos líneas: “Hora de junio: / espiga verde aún, fuerza de abril, ligera…”. El acento, me parece, radica en ese “aún” que es “todavía” y que anuncia un dejar de ser verde y ligero para dar peso a la densidad del estío.

Es un libro central de Pellicer, perfectamente situado a la mitad de la vida del poeta. Lo recordamos por su pertinencia, porque en junio, tostándonos ya por vida y sol, sus poemas nos hablan de tú al hablarle ellos mismos de tú, juguetona y seriamente, al sexto mes, al milagroso ciclo natural que en junio halla su centro.

“Pellicer jamás escribe en prosa”, escribió en prosa José Alvarado. Y Gabriel Zaid, su mejor lector, ha apuntado que el poeta nos dio “ojos para ver la hermosura de lo concreto, alegría de estar vivos, humildad para ser naturales en la naturaleza, para aceptar los límites como formas gozosas”. Su primera religión, como en el Dr. Atl, fue el paisaje, y el mes de junio se lo dio a manos llenas. Quince sonetos, forma de su predilección, son la espina dorsal de Hora de junio. Hay quienes leen ahí una clave homoerótica, tal vez, pero sin duda es erótica en cuanto a pulsión sensual, solar y amorosa. Basta escucharlo: “Junio me dio la voz, la silenciosa / música de callar un sentimiento. / Junio se lleva ahora como el viento / la esperanza más dulce y espaciosa”. Clásica paradoja pelliceriana: la voz para callar, juego de contradicciones que es puro entusiasmo creativo y en última instancia alegría de estar vivo, abundancia: “Yo rebosé los cántaros del río, / paré la luz en los remansos viejos, / di órdenes a todos los reflejos. / Junio perfecto dio su poderío”. Se agradece (en ese entonces y hoy mismo) el sabor adánico y sobreabundante de esa poesía cuando imperaban la melancolía (ayer) y el escepticismo (hoy). Pellicer fue color, canción, desnudez y riqueza vital. Alguien tenía que decirlo, cantarlo, versificarlo. “Junio dos nubes mágicas me fía / y ya soy cielo…”

Heredero y amigo de los poetas que rompieron con una tentación melancólica muy nuestra, es decir de los revolucionarios López Velarde (patria íntima) y Reyes (patria universal), Pellicer es un gran impresionista que salta desde América hacia el mundo entero y hace de junio su mes, su estatuto solar y expansivo. Es un poeta cuya generosidad siempre nos abre las puertas al mar: “¡Ya de un golpe de remo y a la orilla / de alta mar!” Y su ambición es total: “El cuerpo hermoso quiere el infinito / y ya no la belleza. ¡La belleza / sin nombre, oh infinito!”

Yo vuelvo siempre a Pellicer, pero especialmente en el inicio o inminencia del verano, cuando la epidermis siente una mordedura canicular que no se puede expresar en prosa, una pasión que calla diciendo, una devoción tan simple como un rayo, una religión compartida, una temperatura, la amistad de la poesía: “Hermano Sol, cuando te plazca, vamos / a colocar la tarde donde quieras”.