Julio Trujillo

Mito y poesía en Oppenheimer

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Un puñado de citas poéticas y referencias mitológicas aderezan felizmente a la película Oppenheimer, dándole aún más densidad y sabor a una historia de por sí cargada de intensidad histórica, científica, bélica y política. La más evidente, y primerísima, es la mención a Prometeo, el titán amigo de los hombres del que tenemos noticia gracias a la Teogonía del poeta Hesíodo.

Líder en la batalla entre titanes y dioses para conseguir el control de los cielos (una batalla que duró diez años), Prometeo es más conocido por haberle robado el fuego a los dioses (habiéndose colado en el taller de Hefesto y Atenea en el Olimpo) para ofrecérselo a los hombres como un don. Al enseñarles a usar su don, dio inicio el arte de la metalurgia, pero, más profundamente, se abrieron las puertas de la ciencia para la humanidad y de esa eterna curiosidad que Sexto Empírico resume en un breve apotegma que le gustaba a Montaigne: “Continúo investigando”. El fuego es investigación, pero también poder y control, y su posesión endiosó a los hombres. Por esa razón, Zeus castigó a Prometeo desterrándolo al Oriente, encadenándolo a una roca y condenándolo a que un águila le comiera el hígado constantemente (pues el hígado le crecía nuevamente todas las noches, y el águila regresaba todos los días a continuar con la tortura). De ese círculo nefasto, Prometeo es salvado por Hércules, quien mató al águila con una de sus flechas cuando pasaba por ahí.

Oppenheimer, lector de poesía, cita a John Donne en un momento de la película poco antes de llevar a cabo la famosa prueba Trinity, en la que se llevó a cabo la exitosa detonación de la primera arma nuclear y con la que dio inicio la era atómica. Es el soneto sagrado XIV, que inicia con esa célebre petición: “Golpea mi corazón, Dios de las tres personas”. El poema de Donne tiene, también, una especie de fuerza o corriente mitológica, pues la voz que habla le pide a Dios que lo destruya: “Derríbame, y dobla / tu fuerza para quebrarme, aventarme, / quemarme y hacerme de nuevo”. Es como si estuviéramos, una vez más, ante el poder divino del fuego, que es destructor y creativo a la vez. Ese “Dios de las tres personas”, por cierto, inspiró el nombre de la famosa prueba, “Trinity”. La destrucción creativa es, obviamente, una referencia a las bombas genocidas que a su vez dieron fin a la Segunda Guerra Mundial.

Al ver la detonación, Oppenheimer también cita al Bhagavad Gita, que, por cierto, leyó en sánscrito y del cual le gustaba regalar una copia a sus amigos. El texto es una conversación entre el príncipe Arjuna y el dios Krishna. A Arjuna le angustia la idea de matar a amigos y parientes en la guerra. Cuando Oppenheimer cita: “Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”, en realidad no se está refiriendo a la deidad sino al príncipe humano, que detestaba la guerra, pero acató su deber y consigna de llevar una vida guiada por la acción sin detenerse a dudar por las consecuencias.

Sabemos, también (aunque esto no aparece en la película, pero sí en la biografía en que está basada), que por las noches a Oppenheimer le gustaba beber café, fumar cigarrillos y leer a Baudelaire.