Cuando el odio es cultura

POLITICAL TRIAGE

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Después de varios días de espera han salido a la luz los videos de la golpiza que cinco agentes de policía de Memphis propinaron a Tyre Nichols, quien murió poco tiempo después a causa de sus heridas. Se trata nuevamente de un caso de brutalidad policiaca contra un hombre de color. La única diferencia, en comparación con los casos de Rodney King y George Floyd, es que los agentes, ahora acusados de asesinato intencional, eran negros.

Las autoridades han reaccionado rápidamente, despidiendo a los agentes ante las evidencias de su comportamiento fuera de regla y acusándolos formalmente. Esta acción, probablemente, ha sido la razón por la que las protestas se han mantenido pacíficas y en control. Sin embargo, el problema de la brutalidad policiaca contra las poblaciones minoritarias y de color sigue siendo un cáncer que divide a las comunidades y siembra desconfianza y rencor entre las personas más vulnerables.

Generalmente, la narrativa que incendia los ánimos en estos casos ha girado en torno al racismo reflejado en una relación de poder y dominio entre la autoridad blanca y la víctima negra. La respuesta simplona de varios departamentos de policía encargados de vigilar (porque “servir” es un término que les queda muy lejos en la realidad) comunidades marginadas con alta concentración de gente de color ha sido incorporar agentes de negros a sus filas y asignarlos a esos barrios “problemáticos”. Sin embargo, esta estrategia sólo maquilla el problema porque la brutalidad policiaca y el racismo responden a causas mucho más profundas que el color de la piel de la persona que funge como autoridad en las relaciones de poder.

La realidad es que existe el entendido que en los barrios bravos el reglamento no se cumple y que no pasa nada. En estos lugares, todo hombre joven de color es un criminal en potencia hasta demostrar lo contrario. El racismo implica un desprecio hacia la raza de color, mismo desprecio que puede ser aprendido e interiorizado por las mismas personas negras. Estas comunidades han aprendido a autodespreciarse y a desconfiar de su gente. Se requiere un verdadero cambio cultural que potencie el reconocimiento y valoración de todas las personas, luchando contra los estereotipos que estigmatizan y perpetúan la ruptura del entramado social. El desprecio al propio color de piel es una realidad dolorosa presente también en nuestra sociedad.

Que en estos barrios de color la tasa del crimen es mayor, es cierto. Que un gran porcentaje de los infractores a la ley en estas regiones son personas de color, también es cierto. Pero no podemos obviar que este fenómeno parte de que por generaciones éstas han sido comunidades marginadas en donde la pobreza y la falta de oportunidades son una constante.