Cuando el destino nos alcance

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El sujeto ideal de un gobierno totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes la distinción entre realidad y ficción, verdadero y falso, ya no existe

Hanna Arendt

En el mundo de la posverdad, de los otros datos, de los doctorados por Instragram y los influencers, la trivialización de la verdad, de lo aceptable, de lo decente, nos está llevando al absurdo y a la sinrazón. Y de seguir por ese camino, habremos de pagar el costo.

No quiero decir que es momento de dar la extrema unción a la verdad, ni a la ciencia; tampoco a las universidades, ni a la discusión pública. Pero, por el bien de todos, hay que bajar el volumen a la polarización, dar descanso a la opinocracia y volver a escuchar las razones de los expertos. Y no, no se trata de un culto a la personalidad, ni busca sedimentar los estamentos; es más importante que eso.

En toda la historia de la humanidad, la generación que ha tenido mayor acceso a la información es la nuestra; también es la que más ha banalizado su uso: en un parpadeo, pasamos del relativismo de final del siglo XX, al equivocismo del siglo XXI.

Los atentados del 7 de octubre de 2023 son, en mi opinión, un punto de inflexión histórico; más allá de la compleja situación sociopolítica de la región, la táctica de los atentados incorporó prácticas históricas deleznables —violaciones— con el uso de la tecnología más sofisticada —transmisiones en redes sociales—. Con ello, no sólo rompieron la barrera de la vergüenza, sino que enarbolaron a la crueldad y a la humillación sexual como banderas de la resistencia.

La idea es, en sí misma, perversa. Creí que no tendría mayor eco entre los defensores de la causa territorial y que la reconocerían como una práctica abominable. Me equivoqué. Lejos de repudiarla han empezado a replicarla.

La semana pasada, en Francia, una nena de 12 años fue víctima de una violación grupal por ser judía; tal como ocurrió el 7 de octubre, el ataque fue grabado para ser publicado en redes sociales. Los agresores fueron tres menores de edad que, mientras la agredían sexualmente, la humillaban con insultos antisemitas.

¿Cómo fue que un grupo de tres adolescentes tuvo el valor para violar, humillar y ofender a una chica porque es judía? ¿De dónde sacaron esa suficiencia de impunidad? La respuesta es multifactorial, pero incluye la validación de los eventos del 7 de octubre en las redes sociales; el silencio de las organizaciones feministas por las violaciones a mujeres judías; en resumen, de la falta de condena unánime por parte de todas y de todos.

Parece que hoy es inútil decir algo tan obvio, como que el agua moja o que violar mujeres está mal siempre, porque no falta el influencer que con otros datos y una retórica vacía seudocientífica logrará convencer a sus miles de seguidores.

Frente a esto, veo tres posibles derivaciones. La primera, aprender a vivir bajo la lógica del individualismo rapaz y la moral del ojo por ojo; la segunda, esperar el efecto búmeran y nadar entre las olas amargas de la sinrazón o, la tercera, tomarnos en serio las consecuencias de nuestras palabras y revalorar hablar con verdad.

Elijo la tercera e insisto: decir la verdad es importante y violar personas es inaceptable.