Valeria López Vela

Guerra contra las maras

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. 
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
 
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La pregunta sobre los límites de la fuerza ejercida por el Estado, la legitimidad de la guerra justa, entre otras, han sido una constante en las reflexiones sobre Filosofía Política. Nos preguntamos ¿hasta qué punto es válido ejercer violencia para mantener la paz? La paradójica pregunta rechina en nuestras mentes, pero, al mismo tiempo, cuando enfrentamos situaciones de riesgo constantes para la población civil, la urgencia de tomar decisiones obliga a pensar sobre los hombros de los autores clásicos.

La respuesta utilitarista —la que ofrece mejores resultados para el mayor número— permitiría que los Estados usaran cualquier estrategia o método para contener la violencia, siempre y cuando beneficie a la mayoría de la población. Éste es, precisamente, el criterio que ha utilizado el gobierno de Nayib Bukele quien, desde marzo del año pasado, ha iniciado una “guerra contra las maras”, que no es otra cosa que un régimen de excepción en el que

se ha utilizado violencia extrema para contener a los grupos criminales.

Las fotos de los detenidos, los juicios sumarios, denuncias por arrestos ilegales, casos de torturas, desplazamiento forzado y asesinatos dentro de las prisiones han dado la vuelta al mundo y cuestionado la estrategia de Bukele.

Por un lado, sabíamos de las atrocidades de la Mara Salvatrucha; hoy, sin embargo, el Estado se ha vuelto en una pandilla más poderosa que prometió acabar con “los malos” convirtiéndose en “los malotes”. ¿Es viable un camino de regreso al Estado de derecho? Muchas personas pensamos que no.

En específico, el presidente de Chile, Gabriel Boric, señaló que “por lo que he estudiado y mis conversaciones con los salvadoreños, sí hay una deriva autoritaria para enfrentar un problema realmente grave: las pandillas. Sé que es una situación realmente difícil y que hay que enfrentarla con mucha decisión, pero eso no se puede hacer socavando la democracia”.

Y, al parecer, en El Salvador no ha sido distinto. Los testimonios de los habitantes de Cabañas señalan que el ejército desplazó —en efecto— a la Mara Salvatrucha para quedarse con la plaza. Hoy, los ciudadanos siguen

viviendo con miedo; la diferencia es que ahora temen al propio Estado.

Sin duda, el azote de la violencia ha terminado por posicionarla como el rostro más representativo de los males sociales. Pero, que no se nos olvide, que no es el único: el autoritarismo, la falta de libertades, el maquiavelismo como criterio y método son tan indeseables como la primera y erosionan, posiblemente más, a la democracia.

Frente a este dilema, ¿qué hacer? Creo, junto con Kant, que respetar incondicionalmente la dignidad humana y… trabajar, trabajar y trabajar. No conozco ningún proyecto que no haya avanzado con horas extra de esfuerzo. Así, aunque suene irónico, propongo una extraña mezcla entre dignidad y pragmatismo.