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Paradojas de Russell

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Bertrand Russell (1872-1970) fue un genio. No haré aquí una lista de todos sus méritos porque quiero narrar y luego examinar tres acontecimientos cruciales de su vida.

Russell se casó en 1894 con Alys Pearsall-Smith, una joven estadounidense, hija de una distinguida familia de intelectuales cuáqueros. Durante varios años, su matrimonio fue muy feliz. Russell vivió una época de plenitud vital y esplendor intelectual.  

A principios del siglo XX Russell comenzó a desarrollar una manera de hacer filosofía que hoy en día se conoce como analítica. Russell pensaba que para que la filosofía pudiera acercarse a la respuesta verdadera de sus problemas ancestrales era indispensable que adoptara un método que le permitiera abordar todas esas cuestiones de la manera más exacta, clara y rigurosa, es decir, en el que no cupieran las ambigüedades, oscuridades o falacias en las que tantas veces ha caído la reflexión filosófica. El método que él desarrolló estaba basado en la lógica matemática moderna, de la cual él fue uno de sus principales creadores, junto con Peano, Frege y Whitehead. Russell se propuso escribir un libro llamado Los fundamentos de la matemática en la que pudiera

utilizar ese método. 

En su Autobiografía cuenta como esa tranquilidad doméstica y esa racha de creatividad intelectual se derrumbaron en cuestión

de unos meses.  

En 1901, Russell tuvo una experiencia que lo convirtió en otra persona. En un lapso de cinco minutos aproximadamente, Russell se convenció de que el amor al prójimo era lo único que podía atenuar la soledad de la existencia, de que la guerra era algo abominable y de que la educación que se impartía en las escuelas era incorrecta. En términos políticos, Russell pasó de apoyar la guerra a ser un pacifista y en cuestiones pedagógicas a dedicar varios años de su vida a sostener una escuela alternativa. Russell describe esa experiencia como algo parecido

a una iluminación mística.  

Algunos meses después, mientras le daba los últimos toques a su libro de Los fundamentos de la matemática, Russell descubrió una paradoja que sacudió los cimientos de su ambicioso proyecto. Consideremos el conjunto de todos los conjuntos que no son miembros de sí mismos. ¿Es ese conjunto miembro de sí mismo? Cualquier respuesta que demos nos lleva a una contradicción. La “paradoja de Russell”, como hoy se la conoce, es uno de los grandes retos de la inteligencia humana que obligó a su descubridor a trabajar durante toda una década en la manera de resolverla. La solución que él ofreció, la teoría de los tipos, la publicó en su magna obra Principia Mathematica en 1910.  

El tercer suceso fue, en palabras de Russell, aún más drástico. Mientras daba un paseo en bicicleta se dio cuenta de que ya no amaba a su esposa. Según él, esa convicción le vino como una revelación inesperada, porque ni siquiera sentía que su amor por ella había disminuido. Poco después, le confesó a su esposa que ya no la amaba y aunque siguieron legalmente casados durante varios años, el matrimonio terminó definitivamente.  

¿Qué semejanzas y diferencias hay entre estos acontecimientos que le sucedieron a Russell en el lapso de unos meses? Los tres le hicieron perder su inocencia sobre la organización social, la teoría de los conjuntos y su propio matrimonio, pero el descubrimiento de la paradoja fue el resultado de un proceso puramente racional; por más insospechado que fuera, tarde o temprano, alguien más pudo haberla descubierto.  

Las otras dos experiencias fueron únicas, irrepetibles y absolutamente personales. Ambas suponen cambios de creencias, pero son más que eso, ya que suponen un cambio existencial. Las dos experiencias lo obligan a tomar decisiones que cambiaron su vida de manera radical. Russell se encontró de frente con algo que no pudo ignorar, que no pudo fingir que no había sucedido y que lo convirtió en otra persona. Por lo mismo podemos llamar a esas experiencias, en un sentido amplio del término, conversiones

Lo intrigante es que mientras que la primera experiencia le sembró una actitud de compasión frente a la humanidad entera, la segunda le arrebató de manera brutal el amor que sentía por su esposa, el ser humano que le era más cercano. ¿Hay aquí, acaso, algo así como una para-

doja, no lógica, sino vital?