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E. E. Cummings y su hija Nancy: una anagnórisis

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

No me parece que la prensa haya puesto atención alguna a los sesenta años de la muerte del genial poeta E. E. Cummings, que ocurrió el 3 de septiembre de 1962. Fue un poeta exitoso en vida y lo sigue siendo hoy, lúdico, rebelde, romántico, maestro de la conquista de la página en blanco, afable torturador de la sintaxis, arquitecto y prestidigitador del poema, siempre sorprendente y siempre nuevo, como pedía Ezra Pound.

Fue también, como muchos escritores, un buen dibujante y pintor. En una ocasión, en 1948, estaba pintando el retrato de una joven que posaba para él cuando abruptamente le preguntó: “¿Nadie te ha dicho que soy tu padre?” Los griegos tenían un nombre para ese reconocimiento de los personajes de una tragedia: anagnórisis. 

La historia debe contarse desde el punto de vista de Nancy, la hija, la verdaderamente sorprendida. A ella, su madre Elaine siempre le dijo que Scofield Thayer era su padre y que estaba muerto: ambos datos eran mentira. Poco a poco, poniendo atención a las anécdotas que los amigos que visitaban a su madre en Londres contaban, Nancy descubrió que Scofield Thayer no estaba muerto, sino loco, y que su madre había estado brevemente casada con Cummings. Nancy lo conocía como escritor: había leído The Enormous Room (las memorias de la Primera Guerra de Cummings, que hoy reedita la colección de clásicos del New York Review of Books) y admiraba su poesía, pero sus sospechas no fueron más allá.  

Pasó el tiempo y Nancy se mudó a Estados Unidos, advertida por su madre de no buscar a Thayer, quien ella aún creía que era su padre. La noticia corrió y Cummings, quien sólo había visto a su hija en un puñado de ocasiones en veinte años, la invitó a tomar el té. Su conexión fue instantánea, pero Nancy no sospechó nada (a pesar del parecido no sólo entre ella y Cummings sino entre su bebé y quien realmente era su abuelo). Con la excusa de que Cummings quería pintar su retrato, comenzaron a verse más y más. En sus conversaciones, Cummings deslizó algunos de los poemas y fábulas que le leía a Nancy cuando era pequeña, pero la verdad aún se resistía a irrumpir. Finalmente, en una ocasión en que Nancy posaba y le confesaba a Cummings que sentía algo especial por él, éste la interrumpió con la citada frase: “¿Nadie te ha dicho que soy tu padre?” Se hizo un silencio incómodo, a la habitación entró Marion, la pareja de Cummings, y preguntó qué ocurría. “Ya sabemos quiénes somos”, fue la respuesta del poeta. Anagnórisis. 

En una entrada de su diario de esos días, Cummings anota (con característico estilo y no sin patetismo): “consciente de que el encanto de mi hija es como un verano o estación; que mientras una parte de mí para siempre es el padre inmediato & trágico, totalmente (& seré) soy (& siempre he sido) alguien cuyo destino no es nunca de este mundo … así mientras que una parte mía es su padre inmediato & trágico, soy total & permanentemente otra persona”.  

A pesar de la anagnórisis, y de que Nancy tuvo oportunidad, en futuras visitas, de hacer todas las preguntas que quiso, la relación entre padre e hija nunca terminó de solidificar y siempre mantuvieron una (muy) triste (para mí) distancia. Pero en los lejanos recuerda de ella seguramente comenzó a tomar claridad la figura de ese personaje que le leía, cuando ella tenía cuatro y seis años, unos poemas divertidísimos y muy raros.