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El día después en Venezuela

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Un cartel electoral para la reelección del presidente de Venezuela , Nicolás Maduro, y su partido PSUV cuelga en la calle antes de las elecciones presidenciales de VenezuelaFoto: Reuters
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Es imposible hacer pronósticos en unas elecciones competidas bajo reglas y prácticas inequitativas y autoritarias como las que rigen en Venezuela. Aunque el sistema de cómputo sea confiable, como reitera el discurso oficial, el gobierno de Nicolás Maduro dispone de múltiples mecanismos para restringir o coartar el voto opositor y la contienda se produce en un terreno disparejo, con inhabilitaciones, estigmatización mediática y obstrucción consular del voto de la enorme diáspora.

No podría ser de otra manera en elecciones que se producen en un país donde el gobierno dice encabezar “una revolución”, en la que, como en Cuba, los opositores son, por lo tanto, “contrarrevolucionarios” o enemigos, que forman parte de un “golpe de Estado continuado” contra el gobierno. Es lógico que haya desbalance en una contienda donde el presidente de la República asegura que si gana la oposición habrá un “baño de sangre” y una “guerra civil fraticida” (sic).

Es probable que el domingo o el lunes, Nicolás Maduro y su gobierno anuncien su triunfo en las elecciones. Habrá que ver con qué ventaja, si mucha o poca. Si es mucha, los resultados resultarán inverosímiles, no sólo a la oposición sino a la propia ciudadanía venezolana y a la comunidad internacional. Si es poca, generará impugnaciones de fraude y todo tipo de conflictos postelectorales.

Menos probable, pero no imposible, es que la victoria de la oposición sea tan contundente que no pueda escamotearse. Si esa victoria es por estrecho margen, más fácil será para Maduro y su gobierno distorsionarla. Al hacerlo, generará una reacción que, al igual que la del oficialismo en caso de triunfo opositor, puede salirse de cauce muy fácilmente, en una sociedad empobrecida, polarizada y con experiencia reciente de estallidos sociales.

Cualquiera que sea el resultado, las reacciones pueden descontrolarse, por más que haya sectores moderados en las dos opciones en pugna, que llamen a actuar con serenidad. No sólo eso, con independencia del desenlace, la sucesión política y, más decisivamente, el cambio de régimen o la transición democrática no tendrán lugar de manera inmediata.

De acuerdo con el sistema político venezolano, el mandato presidencial es de seis años y con reelección indefinida, como en la Rusia de Putin y el México de Porfirio Díaz, buen modelo de ambos regímenes. Por lo que Nicolás Maduro gobernará hasta 2025, año en que se celebrarán las elecciones parlamentarias, regionales y municipales, tan o más importantes que éstas. El madurismo ejercerá control, hasta entonces, de todas las instituciones del país y del ejército.

En caso de que Maduro se reelija, el sistema actual continuará su curso, con el umbral de cambio que ofrece la competencia electoral dispareja. Si la oposición decide aprovechar el capital político ganado en las elecciones presidenciales para disputar la mayoría legislativa del gobierno, el año que viene, y lo consigue, acabaría produciéndose el cambio, aunque por una ruta más larga y escalonada.

Ya sea por la vía corta o la larga, la oposición venezolana se encuentra hoy en condiciones de disputar la hegemonía, tal y como pasaba hace exactamente diez años, después de la muerte de Hugo Chávez. El peor escenario de todos sería que el gobierno haga un control de daños eficaz, luego de un triunfo amañado, se desentienda de los acuerdos de Barbados y cierre los pocos espacios abiertos a la oposición en los últimos meses.

La comunidad internacional y, en especial, los gobiernos latinoamericanos, tendrán que prepararse para lo que venga. En caso de un nuevo ciclo de estallido social y represión gubernamental, volverá a dispararse el éxodo venezolano y la distensión que ha habido con Estados Unidos y la Unión Europea se desvanecerá. La situación del país suramericano regresaría al punto inamovible en que estuvo en la última década, en contexto global más inseguro e inestable.