Arturo Damm Arnal

¿Para qué servimos los economistas?

PESOS Y CONTRAPESOS

Arturo Damm Arnal*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Arturo Damm Arnal
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Los economistas somos incapaces de predecir. La prueba está en que, con relación a cada variable (crecimiento, inflación, tipo de cambio, tasa de interés, etc.), hay tantas predicciones como economistas predicen y las mismas se modifican.

Si los economistas pudiéramos predecir habría, para cada variable, una sola proyección (porque el futuro es uno solo: no puede haber, para un mismo momento, dos crecimientos, dos inflaciones, etc.), la misma no cambiaría (porque se predijo correctamente), y el futuro coincidiría con ella (porque la predicción fue acertada). El hecho es que hay muchas, todas cambian, y el futuro no coincide con ninguna, como se comprueba con cualquier encuesta sobre expectativas económicas.

La ventaja de los economistas en su fallido papel como predictores es que sus predicciones se olvidan. Cito a John Kenneth Galbraith: “Todos estarán de acuerdo en que la economía, tal y como se teoriza, alienta una obsesiva preocupación por el futuro. En los Estados Unidos (y en México), cada mes, supuestas autoridades en teoría económica se desplazan por la nación para exponer sus opiniones acerca de la perspectiva económica (…). Miles de personas las escuchan. Los ejecutivos o sus empresas pagan elevadas sumas por el placer de oírlos, lo cual no impide que, si la prudencia los asiste, interpreten los conocimientos adquiridos con un inteligente escepticismo (sabiendo que hay otros economistas con otras predicciones y que las predicciones del economista en turno cambiarán)1. En efecto, la característica más común del futurólogo económico no es la de saber, sino la de no saber que no sabe (o la de sabiendo que no sabe pretender que sabe)2. Su máxima ventaja es que todas las predicciones acertadas o inexactas, se olvidan con rapidez”, no reprochándosele su imprecisión.

Si los economistas no somos buenos para predecir, ¿para qué lo somos? Para dos cosas: (i) describir por qué una determinada situación económica es la que es (por ejemplo: bajo crecimiento y elevada inflación), (ii) prescribir qué debe hacerse para que mejore (por ejemplo: lograr mayor crecimiento con menor inflación), todo ello suponiendo que se trata de un buen economista, porque economistas, dependiendo de la escuela de pensamiento económico a la que pertenecen, y por lo tanto la teoría económica que defienden y las políticas económicas que proponen, los hay de chile, dulce y manteca. No es lo mismo un economista smithiano, por Adam Smith (1723-1790); que uno marxista, por Carlos Marx (1818-1883); que uno misesiano, por Ludwig von Mises (1881-1973); que uno keynesiano, por John Maynard Keynes (1883-1946), por citar a los cuatro economistas más importantes, para bien o para mal, en la historia del pensamiento económico, tanto por sus contribuciones teóricas (Smith y Mises, para bien), como por su influencia práctica (Marx y Keynes, para mal).

Ningún economista es capaz de predecir el futuro, y solo los buenos economistas son capaces de describir por qué una determinada situación económica es la que es y prescribir qué debe hacerse para que mejore, lo cual depende, no de las políticas económicas, con las cuales el gobierno modifica los resultados del mercado, sino de las instituciones económicas, con las cuales el gobierno hace valer el Estado de Derecho en la economía.

1 Paréntesis mío.

2 Ídem