La pasión turca

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Tengo una pareja que a veces me acusa de ser una esnob que sólo quiere ver cine de autor o series impecablemente escritas y actuadas. Es verdad que me cuesta trabajo prender la tele para no pensar y relajarme. Me gustan las historias oscuras, los guiones bien escritos y la buena dirección; sin embargo, esta semana me di la oportunidad de ver una serie por la que también fui criticada, ahora por mi hija, que dice que es una serie para señoras abandonadas, algo así como las 50 sombras de Grey.

Empecé a ver La pasión turca, basada en el libro de Antonio Gala (Planeta, 1993) del que se hizo una película en 1994 que no he visto. La serie de Netflix está llena de clichés, malas actuaciones, pésimos diálogos e imágenes hermosas de Estambul, pero me atrapó pensar en el tema de la pasión: las cosas que hemos hecho en el clímax del deseo sexual. Olivia, una profesora española con especialidad en arte bizantino, se pierde completamente por Yaman, dueño de una galería de arte. Cambia el destino de su vida, sus planes y se muda de Madrid para ir a vivir con él. No arruinaré la trama, pero me parece interesante, al margen de la hechura de la serie, el tema de la pasión sexual, que Olivia describe como el sentido de la vida. Para qué vivimos sino es para vivir, declara.

La incertidumbre, lo nuevo, el peligro, el sexo espectacular y vincularse a un hombre que habla otro idioma y que es un enigma para ella, la arrastra mucho más lejos de lo que hubiera imaginado.

Recordé Pura pasión, de Annie Ernaux (Tusquets, 1993) en el que relata como su vida se contrae para darle cabida solamente a una pasión obsesiva por un diplomático de Europa del Este que la visita en su apartamento de París y que la deja intoxicada durante semanas, incapaz de trabajar, casi sin querer salir a la calle para no perderse una posible llamada de él. Ernaux es de una transparencia sobria y directa: “A partir del mes de septiembre del año pasado, no hice otra cosa que esperar a un hombre: que me llamara y que viniera a verme”. Se vulnera al relatar la sombra en la que se convierte por el deseo y el agujero inmenso que queda en su vida cuando el objeto de su pasión la abandona.

Muchas veces hablamos del primer año de un amor como una simulación de relación: no cuenta, hay intoxicación cerebral por las hormonas del enamoramiento, no se ven los defectos, la novedad hace que todo sea intenso y reluciente. Parece que hay que esperar, casi desear, que pase esta enfermedad temporal para poder hablar de amor verdadero, ese que es más apacible, pausado y bondadoso.

La pasión desnuda, simple y llanamente sexual, es una de las experiencias más revitalizantes en la vida de una mujer, pero siempre se asocia a peligro y a malas decisiones: todo lo que le pasó a Olivia al dejarse arrastrar por su deseo, ¿valió la pena o fue demasiado alto el precio?

La serie es malilla pero entretenida y desde la perspectiva femenina, hace pensar en la pasión con honestidad, en las cimas de nuestra vida erótica, en los escenarios con los que tal vez fantaseamos o en ese pasado amoroso que no volverá, pero que siempre nos acompaña, aunque seamos feministas, liberadas y nadie nos diga lo que tenemos que hacer.

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